Cuando aún era pequeña conocí a
un joven soldado. Todos los días, al alba, me escapaba de mi casa y acudía a un
claro del bosque donde me escondía para observarle. Mi escondite se encontraba
en el interior de uno de los árboles que rodeaba el claro, en un hueco que
construyo mi abuelo.
Empezare desde el principio.
Pocos días antes de nacer yo mi padre murió y el único recuerdo que todavía
tengo de él es un retrato de su juventud. En él vestía un uniforme de oficial
con varias insignias colgadas en la solapa izquierda de su chaqueta. De las
pocas veces que mi madre me habló de él
me contó que entró muy joven al Servicio Militar, antes incluso de acabar los
estudios. Aunque hasta que tuvo la edad necesaria para cursar la mili estuvo
acompañando a los demás soldados durante sus entrenamientos. Su primer destino
fue un pueblecito del norte donde conoció a mi madre que en aquel momento
trabajaba como sirvienta en una casa. Después de varios años de noviazgo
decidieron irse a vivir juntos y con lo poquito que ganaban se mantenían para
vivir. Deseaban formar una familia pero sus ganancias no se lo permitían
entonces. Lo único que podrían dar a sus hijos era su amor, que ya de por si
era un mundo pero no serviría de mucho si esa criatura no tuviese ni para
comer. Otra de las cosas que se de mi padre es que se esforzaba mucho en las
cosas que empezaba, pero eso solo lo sé porque mi abuelo me decía que yo era
igual a él. Por aquellos días a mi padre lo convirtieron en oficial y lo
premiaron por su trabajo. Durante años estuvo recibiendo una gratificación que
les permitía tener una mejor vida y algún que otro capricho. Fue entonces
cuando mi padre le regalo unos cuantos papeles para pintar y óleos a mi madre,
que desde pequeñita le había encantado representar lo que veía : ya fuese en la
arena haciendo surcos con palos o en el cemento con piedras que dejaban un
ligero color sobre el suelo. A mi madre le gustó tanto aquel detalle por su
parte que decidió que su primer dibujo sería para él, le pidió que se pusiese
sus mejores galas y que posara para ella. Y ese es el retrato que ahora sostengo entre
mis manos con tristeza. Del dinero que
fueron ahorrando consiguieron realizar una sencilla boda. Y tras dar este gran
paso determinaron que era el momento de formar la tan deseada familia. Pero aún
teniendo el dinero suficiente no fue tan fácil como ellos pensaban. Después de
dos abortos mi madre consiguió quedarse embarazada de mí, todos estaban eufóricos
por mi llegada: mi madre empapeló mi
habitación y la pintó con colores llamativos que se resaltaban aún más en las
alas de las mariposas; mi padre me construyó un precioso columpió en el jardín
de la casa en la que vivían y mi abuelo decidió buscarme un lugar donde pudiese
esconderme cuando necesitase alejarme del mundo. Y entonces, a tan solo dos
días de mi llegada mi padre apareció colgado de una soga en el jardín, a la
derecha de mi columpio. Nadie entendía porque se había suicidado justo ahora
que habían superado todas sus penas: los abortos, la escasez de
alimento...Todo. Justo ahora que estaba a punto de nacer la que aportaría una
gran cantidad de alegría en sus vidas. El día del funeral a mi madre le
entraron unas punzadas de dolor en el vientre y no le dio tiempo a llegar al
hospital. Nací en un cementerio.
Para cualquier persona
simplemente le daría cosa, quizá un poco de miedo, pero para mí fue una señal.
Un rayo de sol. En medio de aquel lugar, rodeado por la muerte una niña nace. Y
creo que ese fue el origen de todo lo que después me pasaría.
Mi madre se hizo fuerte, creó una
coraza a su alrededor que no le permitía expresar ninguno de sus sentimientos.
Ni el miedo, ni la inseguridad, ni tan siquiera el cariño. Y aquella persona
tan alegre se desvaneció. Vivíamos con mi abuelo, el padre de mi padre. Prácticamente
fue él el que me sacó adelante, con él compartía todas mis penas y mis alegrías,
y fue él el que aporto todo el cariño que pudo a mi infancia. Durante mis
primeros años de vida vivimos en la casa de mi abuelo pero a menudo que pasaba
el tiempo se nos iba haciendo más y más pequeña por lo que nos mudamos a la
antigua casa de mis padres. Parecía que hasta los muebles y las paredes se
habían desvanecido con la muerte de mi padre. El primer día en esa casa fue
algo extraño. En cuanto entramos por la puerta una desconocida fuerza para mí
me empujaba a seguir andando, esta fuerza salía de mí, de mi interior y me
llevo al lugar exacto donde había aparecido muerto mi padre. Instintivamente mi
cabeza se inclinó y mi mirada se dirigió al trozo de soga que aún colgaba del árbol.
Y es que nadie había vuelto a esa casa desde que se llevaron a mi padre por lo
que nadie había recogido nada con lo que lo pudiese identificar. De pronto oí
una voz que me llamaba "Nadya, Nadya", recuerdo que me gire pero no
vi nada. "Soy yo, soy tu..." pero la voz se apago cuando mi abuelo
entró en el jardín seguido por mi madre. Me recogieron del suelo, donde me
había quedado dormida y me llevaron a la cama. Mi madre se quedo observando
desde la puerta entreabierta de mi habitación cada una de las mariposas de la
pared con una ligera sonrisa en la cara. Pero de pronto se paro y sus ojos se
abrieron como platos cuando llegó a un extremo de la habitación. Uno de los
papeles que había pintado estaba destrozado dejando al descubierto una extraña
quemadura en la madera, tenía la forma de una mano. Después de estar varios
minutos mirándola se decidió a entrar, tambaleándose cruzó la habitación hasta
llegar a la pared, a la que fue palpando como si detrás de ella hubiese algo,
pero antes de llegar a la extraña marca se dio la vuelta y salió de la
habitación. A la mañana siguiente sentí que la misma fuerza se apoderaba de mí
y me empujaba hasta el jardín, otra vez la misma voz "Nadya, cariño
soy..." pero nunca conseguía escuchar la frase entera porque siempre me
dormía antes de que acabase. Y así día tras día, semana tras semana ocurría lo
mismo. Tres meses después de nuestra llegada oí a mi madre decirle a mi abuelo
que necesitaba que fuese al pueblo a comprar una tarta. Tan solo quedaban dos
días para mi sexto cumpleaños así que supuse para que la usaríamos. Mi abuelo
no quería dejarme sola en casa pero era la única opción de que no me
enterase así que por primera vez en mi
vida me quedé completamente sola. Aquella mañana, igual que todas las demás fui
hasta el jardín y me coloque a la derecha del columpio debajo de aquel árbol
tan insignificante para mí. Era el aniversario de la muerte de mi padre aunque
yo no lo supiese y la voz volvió a aparecer dentro de mí. "Nadya, Nadya.
Tienes que escucharme no te duermas hija. Vengarás mi muerte y la de todos los que mato. La
mano....Detrás....Encontraras...más pistas. Date prisa o será demasiado tarde"
Y por primera vez conseguí escuchar la frase entera sin dormirme pero las
palabras no conseguían tener sentido en mi aturdida mente y aquellas preguntas
sin aparente respuesta se acumulaban. ¿Quién me habla?¿De qué muertes?¿De quién
me tengo que vengar?
Aún estaba tumbada en el suelo
cuando me di cuenta de que el columpio había empezado a balancearse, y las correas chirriaban
provocando una sensación de terrible miedo en mí. Salí corriendo de allí
intentando alejarme de la realidad. Cogí mi chaqueta y seguí corriendo sin
echar la vista atrás. Cuando por fin me había alejado lo suficiente oí un
grito. No un grito cualquiera este intentaba decirme algo, pero no lograba
entenderlo, detrás de este otro más. Y otro, y otro. Cuando me di cuenta de que
no había ningún mensaje oculto en ellos más que el pánico y el miedo de quien
antes me había hablado ya me estaba volviendo loca. La adrenalina aumentaba en
mí a medida que los gritos ahogados iban desapareciendo de mi cabeza pero ya
era demasiado tarde. Todo empezó a dar vueltas y caí al suelo. Los gritos
cesaron pero las voces no y otra vez aquel hombre apareció en mi mente. Su voz
había cambiado, era mucho más baja y sin fuerza. Se estaba muriendo. "Te
quiero hija, nunca lo olvides"
Mi padre era mi padre. Nada de lo ocurrido tenía sentido
en mi cabeza mi madre me dijo que había muerto mucho antes de nacer yo pero no
era así y odiaba que me mintiese. Comencé a chillar, deseaba no estar aquí.
Prefería estar muerta a soportar el terrible dolor que ahora estaba sintiendo
en mi interior. Me volví loca y volví corriendo hasta la casa donde empezó mi
pesadilla, cogí el hacha de mi abuelo, el que usaba para cortar la leña y subí
a mi habitación. Ahora que sabía la verdad: que mi padre no había muerto mucho
antes de que yo naciese y que algún desalmado había acabado con su vida
necesitaba venganza. Detrás de aquella mano en la pared que mi madre había
intentado disimular con más papel pintado encontré una carpeta. En ella solo
había fotos, fotos de los soldados a los que mi padre tuvo bajo su mando.
Supuse que alguno de ellos sería el que hubiese matado a mi padre pero no tenía
tiempo para investigar. La ira se apoderó de mi cuerpo e idee un plan para
acabar con todos y cada uno de ellos.
Y con tan solo seis años me
convertí en un monstro. Cuando mi familia apareció yo estaba manchada de
sangre, tumbada en el suelo de mi habitación con el hacha en la mano.
Cuando aún era pequeña conocí a
un joven soldado. Todos los días, al alba, me escapaba de mi casa y acudía a un
claro del bosque donde me escondía para observarle. Mi escondite se encontraba
en el interior de uno de los árboles que rodeaba el claro, en un hueco que
construyo mi abuelo. Se parecía a mi padre y aln verle me sentía cerca de él. Este fue el
único soldado que sobrevivió aquel terrible día.
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Las almas hablaron